Me levanté con gran nostalgia, ya sé, que ella no me ama.
Tomé un desayuno corriente, crucé la plaza a pie, en donde tantas veces la fui a ver. Rápidamente comencé a buscar y en cada esquina mi latido parecía explotar,
su pelo, su voz, todo me merecía, ya era hora de encontrarla escondida.
Fue cuando la divisé, ella no estaba sola, sino, más bien acompañada.
Grité su nombre y con espanto miré su cuerpo desangrándose con la bala que disparé.
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